La casa está blanca y silenciosa,
hay un gato gris en la puerta
y una guerra que se abre.
El paisaje es neutro,
sin un pájaro ni una flor.
El cazador es el instinto.
Ocurre que me muerde la nuca,
tensa las garras
y sisea en mi oreja
que la historia comienza otra vez.
En la locura de la noche
el pueblo de los hombres ausentes
y el pueblo de los gatos
descubren a la vez la entrada
a la cueva de la infelicidad.
Un beso felino y mudo,
gemidos con la única mujer.
Me desangro entre sus piernas
a impulsos rítmicos, hacia su laringe.
Somos tres en el sueño.
Dos tercios le quedan,
el castigo por domesticar a un hombre
es la muerte.
Habrá que afeitarse las cejas,
y detectar si la presa es el otro.
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